Alfonso, el veterinario de Pancho, mi gato, me tranquilizó cuando examinó el pasado viernes a mi negro felino y me comentó que, aparte de pesar 300 gramos de más (5 kilos 300), está "perfesto". Dientes blancos (y sin necesidad de cepillado), pelaje brillante y esponjoso como el mimosín, y ronroneo de felicidad gatuna incorporado.
Y yo salí de la clínica ancha y ufana, por cumplir con mis responsabilidades de "ama" y por tener al misino feliz y bien desarrollado.
Ayer le comentaba a una compañera de trabajo cómo la decisión de "tener" a Pancho... aparte de la de tener alguien que me esperara al entrar en casa y la consabida compañía, tan mitificada pero tan necesaria-incluso para los que somos independientes de bandera, sí, la soledad...ay...- fue la de probar mi capacidad para una asumir una responsabilidad y un compromiso con una vida (aparte de las plantas, que ya he comprobado que no se me dan mal).
Parecerá una tontería, pero en este año y medio me ha tranquilizado saber que "la vida" marcha sola, y necesita cuidados constantes, pero sencillos. Que Pancho tiene su comida, su bebida y mi compañía, y que el pago por ello no es tan costoso ni tan grande como se piensa a veces, desde la comodidad de la soltería y la independencia.